Crónica de una Mamá Zombi: Buscando un Respiro que Nunca Llega
El día empieza antes de que suene la alarma. No hay despertador más eficaz que un niño con energía infinita y preguntas existenciales a las seis de la mañana.
—Mamá, ¿ya es de día?
—Mamá, ¿puedo desayunar galletas?
—Mamá, ¿qué pasaría si los dinosaurios aún existieran?
Respiro hondo. No sé qué responder a ninguna de esas preguntas sin café en el cuerpo, pero ahí voy, levantándome sin querer hacerlo, poniendo en marcha la rutina con la velocidad de un zombie que funciona por pura inercia.
Lo de siempre: desayuno, mochilas, juguetes en el suelo, lavadora encendida, “mamá, mamá, mamá”. Mi propio nombre ya me suena a ruido blanco.
Intento hacerme un café, pero lo olvido en la encimera mientras resuelvo crisis de la infancia como “se me cayó el calcetín en el inodoro” o “quiero la cuchara azul, pero la azul que es un poco más azul”.
Son las 8:00 a.m. y ya siento que ha pasado una vida entera.
El Momento de Evadirse (O al Menos Intentarlo)
Los niños juegan, gritan, saltan. Se pelean, se aman, se vuelven a pelear. La casa es un torbellino de voces y demandas constantes.
Y yo solo quiero cinco minutos. No es mucho pedir, ¿verdad? Un respiro, un instante de silencio, un momento para recordar que soy una persona, no solo una fuente inagotable de respuestas, abrazos, comida y solución de problemas.
Pero encontrar ese respiro es un reto. Porque, cuando por fin creo haberlo conseguido, cuando todo se calma y cierro los ojos un segundo…
—MAMÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁ.
Nada. No hay escape.
La Cuenta Regresiva (O el Autoengaño de que Pronto Descansaré)
Las horas avanzan y llega la noche. Este es mi momento, me digo.
Cena, pijamas, dientes, cuentos. Negociaciones dignas de la ONU para que acepten dormir.
Hasta que, por fin, silencio.
Respiro. Me hundo en el sofá. Tal vez ahora sí, tal vez ahora puedo desconectar, estar sola, encontrar mi pedacito de paz…
—Amor, ¿qué haces?
Oh, no.
—¿Vienes a la cama?
Oh, NO.
No malinterpretemos: adoro a mi pareja. Lo amo. Me encanta que aún me mire con deseo después de todo el día viéndome en modo «madre desquiciada». Pero en este momento, después de un día de niños pegados a mí como koalas, lo único que quiero es espacio vital. No quiero caricias, no quiero besos, no quiero que me toquen ni con el pétalo de una rosa.
—Estoy cansada.
—Vente, te relajo…
MI ALMA GRITA.
Aquí es cuando te das cuenta de que nadie te deja existir en paz. Los niños te quieren de día, el marido te quiere de noche. Y tú… tú lo único que quieres es un maldito hueco en el universo donde nadie te pida nada, donde nadie te toque, donde puedas ser solo tú por cinco minutos sin rendir cuentas a nadie.
Pero hay días en los que ni eso tienes. Días en los que no hubo ni un solo momento para ti, en los que tu vida fue dar y dar hasta que, al final del día, no queda nada más que una sombra de ti misma deseando cerrar los ojos antes de que alguien más venga a pedir algo.
Evádete Sin Culpa, Aunque Sea en Tu Mente
Porque hay días en los que no hay escapatoria. No hay baño en paz, no hay café caliente, no hay silencio.
Pero, si algo he aprendido, es que a veces el único escape posible es dentro de mi propia cabeza.
Así que me imagino en una playa desierta, con una brisa suave, con nadie llamándome, nadie tocándome, nadie pidiendo algo de mí. Y aunque esa playa sea solo un espejismo mental… por un instante, me da la paz que el mundo real me niega.
Mañana será otro día. Tal vez encuentre mi momento. Tal vez no.
Pero aquí sigo, sobreviviendo. Porque soy mamá, soy mujer, y aunque nadie me dé un respiro, aquí estoy, de pie, lista para hacerlo todo otra vez.
Casi abandono la lectura, pero la historía tiene una carga de sinceridad brutal y poderosa que me atrapó hasta el final.
Muchas muchas gracias es mi día a día gracias a escribir todo esto puedo sobrellevarlo mejor
También sobrellevo mis días con la escritura. Soy periodista y administro Zona de Embarque, un espacio que ha cumplido cinco años y que abraza historias de la diáspora venezolana y de otra índole. Aquí te dejo un par de ellas: